viernes, 1 de abril de 2022

GUILLERMO GUTIERREZ O LA DESTRUCCIÓN COMO ABSOLUTO CREATIVO

Por: Miguel Blásica 

         
                                  La noche ladra a los perros cuando se caen las estrellas                                                      EGO Naufragios, obra de teatro experimental 





 Yo, O-EME-ZETA, bhaktivendanta, alakdana, Tolú, hirigracock-elevado, profeta, médico del espíritu, guerrero principal de los Gracocks- elevo mi declaración de guerra a la raza humana, miserables hijos de puta, chuchumecos extraídos de un sapo sarnoso, rechucha sus mierdas, leprosos, paridos del ano de una puta vieja sifilítica primordial sin aires de nada, a la que le sale baba por el culo y así ha salido la raza humana vomitada exprofesamente por su ojete, al que lo han chancado hasta dejárselo como la entrada de un cañón, y por ahí ha cagado una masa envuelta en flema diarreica que es la raza humana, producto bastardo del encuentro entre Nodens y Azathot…QUE DIOS SE LOS CACHE… 

 Con arrebatador entusiasmo y convicción certera acerca del valor de la condición humana, Guillermo Gutierrez empieza su proclama de Tupacamarismo shivático ante la declaratoria de la guerra del alma publicada en el libro “La muerte de Raúl Romero” en 2006; esta era una declaratoria abierta y sin ambages, directa y sin escalas de su convicción de la destrucción inevitable e impostergable de todo rastro humano sobre la naturaleza que clama su exterminio. En Infierno Iluminado, su mas reciente libro (diciembre de 2021) la voz adquiere dominio sosteniendo en sus primeras páginas una calma que presagia la llegada de huestes del averno y nos invita a no preocuparnos, a dar un paseo por Dreamsville, la villa de los sueños, de la locura y del horror, libres de la obsesión de la moral y el devenir. 


 Ven a la villa de los sueños 
Donde los vivos se realizarán 
Y los muertos resucitarán 
Ven a la villa de los sueños 
Donde la sangre de los débiles y los fuertes 
Se mezclarán en orgías 
 De la más democrática matanza 
Podrás pasear en paz Por sus estrechas calles
 Y apoyarte en los muros de las casas labradas
 En piedra blanca



Si en “La muerte de Raúl Romero” (2006) el recuento a manera de testimonio pormenorizado de la hecatombe de un sector pudiente de la Lima aristocrática, un un ajuste de cuentas en la fantástica ejecución de personajillos públicos que rodean nuestra fauna local, nos conducía al más absoluto caos y frenesí al encuentro con un fragmento poético que será descubierto a mediados del siglo XXI, el Kagamusho o el Grial del poto, pronto llegaremos a la mencionada proclama tupacamarista y de allí al protoevangelio de Vilcapaza, donde la voz poética se declara la cuarta reencarnación shivática sobre el mundo que se manifestará en el cóndor cagador de mundos que vuela a tientas en la solitaria noche del cosmos. 

Llegados a este punto trepidante del vaivén, me había percatado que era posible unir partes, eslabonar referencias, siendo necesario que, del primer poemario al segundo, como lector, el poeta midiese una intención de concatenación, un tránsito, una pausa que condujese a una siguiente etapa, pero en la hecatombe Gutiérrez responde que sí y solo si, será el impulso puro y aluviónico el que configure absolutamente el clamor y que trace su propio sentido. 

 Es así que, probablemente de manera inútil, he intentado trazar un puente que permita unificar las claves de los textos mencionados hacia un derrotero pauteado. Los textos continuaron siendo satélites tremebundos en su desmesura, orbitando delirantemente en una trayectoria de ascensos y descensos que solo Guillermo Gutiérrez sabe o reconoce en rumbos que tomando caminos imprevisibles, en algún momento puedan amalgamarse, muy probablemente sin guardar el menor asidero a la razón. 

 Conocí a Gutiérrez en aquellas andanzas y vagabundeos a fines de la década de los 80 con un colectivo de jóvenes afirmados entre la performance y la teatralidad en una ciudad siniestra rodeada de barrotes, rompemuelles con púas y cercos de alambradas; por aquellos días encontraba en los territorios de bordes y acantilados, en los albores de las tinieblas y en la mirada en el horizonte del mar en Magdalena Vieja, con Guillermo se descubría lo numinoso, una apelación a lo ancestral, al grito arcaico, al viaje iniciático, al retorno de lo primordial, a lo sagrado y a la vez monstruoso, como una forma radical de comprender el sentido de la belleza en lo terrible y lo monstruoso como un presagio calmo y soterrado detrás de toda evidencia vital. 

Allí radicaba el sentido de Ulkadi, como bautizamos a nuestro colectivo, como un presagio, una poética que asumimos con Jorge Prado y Slim Díaz con quienes compartí esa prédica de vitalidad por espacios ruinosos premunidos de sendas botellas de caña Cienfuegos. La búsqueda de un nuevo territorio desde donde imaginar y descubrir en la corporalidad y en el alma la escritura de lo arcano. Esa fue la impronta inicial. Pero luego lo dejé de ver, vino el quiebre y el rumbo de los acontecimientos que se precipitaron en el país en 1992. 




Ulkadi entro por el ojo de un remolino y cuando pudimos salir de prisión me reencuentro con la escritura de Gutiérrez a través de ese nuevo vehículo que eran los correos electrónicos, enviaba sus textos a pocas personas, pude ver que iba configurando su convicción desde un alarido bestial, las ordalías de sangre y otros fluidos llevados a cabo por Karito Gross, Armando Fronesis, Otto Milla, Waraka Abelardo, Nortman Vieesenpiel, Simone Lahbib, personajes horridos y desquiciados que ingresan a escena a cumplir su misión de destrucción total donde nada quede incólume, la configuración de la destrucción había empezado. 

 Ahora todo se atiene a la fuerza descriptiva de los hechos, donde la secuencia y detalle del crimen, la estulticia, la depravación, y la hediondez se constituyan en marco referencial del núcleo todopoderoso, de la configuración deifica de Thopa Amaru y de su poderosa coya Micaela Bastidas Puyucawa que emergen con sumo poder como matriz de revelación primordial, pero a su vez generadora de otras presencias constituidas por avatares proponiéndose estos y bajo los ditirambos del aedo cumplir los designios de sostenida demolición de lo zombie, manifestación de un espíritu gangrenado y mortecino, pasivo, raquítico y desvalido. Gutiérrez lanza así su propósito y que los poetas dejen de cantar, los músicos de tocar sus instrumentos y que las madres devoren a sus hijos untándoles mayonesa y todas sus salsas de origen incierto. 

 El armagedon había llegado y en la tradición de las pinturas siniestras de Brueguel o Goya enfatiza que, fuerte cosa es el encuentro con las huestes de la muerte más espantosa, con la certidumbre de que ese ritual de sangre, pus y excrementos, no solo acercase al poeta a la superficie de la putrefacción y a la sevicia donde se reiteran el estupro, los parricidios, el incesto, la bestialización, la blasfemia y la coprofagia, no solo como sentido aliterativo y de connotación de efecto sensorial, no basta el acercamiento previo previsto ; sino llegar a la delectación paulatina y depravada, al encuadre hardcore de una película gore de iniciativa didáctica y en puntillosa mención de detalles de los actos, los seres toman formas de íncubos y súcubos en particular gimnasia de tragarse, vomitarse y volverse a tragar para renacer en pestíferas reencarnaciones, donde los cuerpos en éxtasis de sufrimiento se tasajeen y se cosan desde cortes que vayan de sus anos a sus bocas como en el caso de Mario Vargas Llosa y su ex mujer Patricia cosidos por mitades entre pene y vagina. 

Aquí es interesante destacar que los textos que Gutiérrez dejo en los mencionados correos electrónicos al inicio del presente siglo y algunos que fueron incluidos en “La muerte de Raúl Romero” son los que configuran mejor el panorama teatral horrendo pero que sostienen trepidantemente la voz profética de Gutiérrez, donde el cuerpo lacerado y en suplicio encarna la tensión misma de la condición humana que debe ser irrevocablemente destruida, donde lo anárquico de su lirismo ¿podríamos seguir denominándolo así? No guarda cometido con las formas, sino que el torrente vomitivo de su construcción plástica como palabra exige una vida como contraparte de la destrucción cotidiana y aparentemente en vilo del naufragio vital, de la anomia y la reiteración de la imbecilidad y lo pusilánime de la existencia humana 

¿No lo vemos por ejemplo en la convivencia con la corrupción de los Estados?, ¿no lo vemos en la actual guerra y bombardeos que Rusia ejerce en Ucrania? ¿no lo vemos en los desechos de su habituación cotidiana cuando introducen sus tarjetas de crédito en cajeros automáticos, cuando sacan a pasear a sus mascotas o adquieren medicamentos que esconden una forma miserable de morir haciendo multimillonarios a laboratorios? 

¿No son algunos miembros de ese movimiento poético que se llamó eufemísticamente Kloaka ensalzados, adobados y deglutidos y publicados por el Congreso de una República que con mayor propiedad que ellos merece llamarse cloaca? La farsa de la post modernidad, el cinismo, el cáncer y tumores y el dopamiento por los productos tecnológicos, el conformismo neurotizante y la obesidad por la diabetes, decrépitas estrellas de rock convertidas en glorias derruidas del stablishment. Solo para dar algunos ejemplos de que, estos hechos de la convivencia humana son parte evidente de ese sarcasmo y el humor cuasi absurdo que complementa ese negro surrealismo al que apela Gutiérrez. 




No existe más el arte y más allá de las consideraciones vanguardistas de la no estética de la clausura de la representación derridiana, lo suyo es solo un terrible y maldito alarido en tiempos de malditismo descafeinado. La existencia humana se ha dirigido a una catarata inevitable, como en la pintura de la parábola de los ciegos de Brueghel, uno tras otro tropiezan en previsible marcha, en sainete continuo de envilecidas marionetas. Los seres ya no yacen entre las sombras del follaje, donde era posible atisbar a al jaguar y a la serpiente y en la espesura de los bosques no es ya posible la armonía del crepúsculo, se terminó el proceloso vuelo de aves mágicas por sobre el mar cerenario como nos decía el aedo a fines de los 80. Todo ha culminado, y solo queda la sangrienta y desarticulada mojiganga en el final de todas las esperanzas, es lo que ya ha empezado, nos lo dice en el largo poema Dreamsville de Infierno Iluminado, lo mira y lo bendice el buen caballero Jesús incapaz quizás de mirar hacia otro lado.

 Un detalle importante para acabar, nos engañamos con suma ingenuidad si creemos que el universo bestial y primigenio de Gutiérrez se encuentra en las antípodas de lo real, en la pirotecnia de lo fantástico y la desmesura, pues no, la sombra del Movimiento Tupacamarista shivático subyace como una subjetividad demasiado presente en cada acto de nuestras propias vidas. Y termino con esta cita del Marqués de Sade de “La estima que se debe a los escritores”:  Maldito sea el escritor llano y vulgar que, sin pretender otra cosa que ensalzar las opiniones de moda, renuncia a la energía que ha recibido de la naturaleza, para no ofrecernos más que el incienso que quema con agrado a los pies del poder que les sujeta y que les domina” 


                                                                                                           Lima, 16 de marzo de 2022.

Composiciones fotográficas de Joel Peter Witkin.

martes, 17 de marzo de 2020


NO, LO SIENTO, SORRY


La guerra es infinita porque nunca ha comenzado
                                     Jean Baudrillard



Puedes ver el programa completo aquí: https://www.youtube.com/watch?time_continue=8&v=g0DJPM45CYI
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4951 comentarios


Agrega un comentario público…

No lo sé, Rick....

Wevon - azo ¿Que le encuentran de romántico? Re acosador

Ojalá y no encuentre a esa chica...

Soy un acosador Acose a mi ex

Le habla: Acoso No le habla: Acoso Se enamora: Acoso No se enamora: Acoso La mira durante 2s: Acoso No la mira: Acoso Le pasa por al lado: Acoso Me faltan cosas pero para las feminazis actuales todo es acoso

Pues yo me quedaría con la reportera


La chica del tranvía ahora se llama Manolo, es rubia y vive en un poblado de Senegal








Más...Y esto, pendejos, se llama acoso. No es romanticismo

"Me enamoró su forma de ser". ¡Si no intercambiaron palabra, cojudo! Lo que hay que oír. Si no quiso bajarse del tren contigo es que no pasa nada wevas

Katana Peich‏ Hace 1 año
La #ChicaDelTren tiene que estar tiñéndose el pelo huir del país. #StopAcoso

donde esta esas feministas que hablan de acoso y la carta falsa de respuesta

XXmomentoxXX viral? XXmomentoXX
hablando de la chica como si fuera un perro LOL

son lo peor son lo mas frontera y mas radicales que he visto en mi vida

Un momento...¿y si a la chica no le sale de su coño conocerlo? Digo yo...

A mi me huele que todo está manipulado

Solo los tontos se vuelven famosos.

Katana Peich‏ Hace 1 año
No, lo siento, sorry.





Todo parece estar al alcance, muy cerca. Una realidad que abarca distancias inconmensurables en un solo instante. Introducimos la mano en la pantalla LCD para ubicarnos en la realidad, las trayectorias se acortan, la previsibilidad de los medios de transporte han reducido las expectativas, pero han aumentado notoriamente el suspense. ¿Qué es lo que sucederá ahora? “No se pierda el siguiente capítulo a la misma hora”. Eso era antes cuando la realidad se comprometía con una diferencia más clara en su alteridad frente a la ilusión en la TV. La ilusión iba acompañada de una suerte de expectativa y una cierta dosis de riesgo por el propio desconocimiento. Desconcierto y ansiedad en el momento previo. Pero hoy no nos inmutamos. ¿Estamos dentro o fuera? ¿Cómo desea Ud. llevarse el producto? Movilización por simulación. Todo está inserto en ese margen de seguridad que implica las precauciones que la tecnología brinda en determinados espacios de movilización sujetos a riesgos, es cierto, pero bajo parámetros de seguridad por protocolos que nos brindan estabilidad y control. Si accedes a la vía o al aplicativo especializado se te indica cómo moverte de un punto a otro. Movilización de masas por protocolos.
Atrás quedó el desconcierto por el valor porque conoces el precio que hay que pagar, ya lo sabes bien, nada puede eludir su equivalencia a determinados criterios de producción, de costos e inversión, y lo virtual está también sujeto a ello, todo tiene un precio y tú pagas.

Porque estas dentro y a la vez fuera, tú pagas.

Estaciones de trenes o Metro. Ambiente atestado de gente que se moviliza en muchedumbres. Harrison Ford Exterior Noche. Caminando entre el tumulto por las calles, mirando como trabajadores cansados sorben fideos bajo lonas de plástico para protegerse de la lluvia. 7pm. Te llamas Alejandr@ e ingresas a un mini market en alguno de los grandes grifos de gasolina, en alguna avenida que desemboca en la carretera en cualquier ciudad, no importa cuál y encuentras a una pareja coreana con niños tomando sopas Ramen en cajas, te miran de manera indiferente, como si percibiesen a alguien de su ciudad y no pasara nada, un bulto, downtown, periferia, localidad, cantón, distrito y no a miles de kilómetros de distancia. Particularidades de entonación y jergas mutatis mutandis. Esa es la atmósfera de este relato.

Te encuentras siempre en el bus a un holandés que duerme  en un gran parque porque le robaron todo y sube a pedir limosna masticando palabras mezcladas con sollozos. En cada frenada sus anteojos desarticulados se desarman, y él recoge los trozos de cristales del suelo procurando que los pasajeros que suben no los pisen. Hace denodados esfuerzos para que el armazón permanezca en equilibrio, entre sus orejas y nariz, lo cual es casi imposible, y tiene que agacharse nuevamente ensamblando los vidrios temblorosamente, un puzzle transparente como un ecrán evanescente por donde se proyecta una extraña realidad  de caleidoscopio que cambia de posición a cada instante, mientras el tipo suplicante hace gárgaras con palabras y gemidos en tres o cuatro idiomas alternadamente.

Tomas asiento, resoplas con cansancio y si lo piensas un segundo todo esto es incomprensible.

Pasa por tu lado estirando la mano.

No, lo siento, sorry…

Un día aparece un afiche rudimentario en la estación de tren. Un trozo semi arrugado de cartulina escolar, pegado con cinta scotch transparente, cinta de embalaje, un bollo en cada ángulo, ingenuo casi infantil, bobo. Allí está escrito con plumones marcadores de pizarra acrílica de universidad o instituto técnico, lo siguiente:
Esa noche te vi, serían las 10 de la noche, chica triste sentada en un andén, luego subiste al tren con dos amigas. No podía apartar mis ojos de ti. Tendrías sobre unos 20 años, pelo oscuro y corto, mides 1,65 cm aproximadamente. Vestías una camiseta blanca, falda jean, la cual combinaba muy bien con tus leggins de color negro. Yo iba dentro, no me atreví a hablarte, a pesar de que tus amigas bajaron, y te quedaste sola. Me hubiese gustado alegrarte la noche, sacarte una sonrisa, si miras este aviso siempre te estaré esperando, sabes quién soy. Te estoy buscando
Te cagas de risa, pasas. Pero tu sorpresa es mayúscula cuando el anuncio se multiplica en diferentes espacios de la misma estación durante varios días. La curiosidad te detiene, luchas contra la corriente para quedarte mirándolo por unos buenos minutos. Lo palpas. “Se da el trabajo de intercambiar colores de las cartulinas, hechos siempre a mano sobre toscas superficies y plumones de colores”. La gente les presta atención, no se llega a saber porque, ya que todo transcurre sin prestar atención a nada. En tu recuento de imágenes sin importancia, esto tiene importancia. Tampoco importa saber porque, puesto que ya es mucho que algo tenga importancia.

Empiezan así los comentarios, las sonrisas al pasar por los anuncios, los cuchicheos, la intención de que algo diferente pasaba en esa estación donde todos los días toman el tren hacia el trabajo miles de personas, la gente comenta lo que le viene en gana, unos a favor de sus buenas intenciones, otros creen que es alguien que a las claras sabía bien lo que quería, los debates suceden discutiendo los móviles del chico y la vulnerabilidad de una chica sola en el tren. Ahora, todo ello es demasiado para manifestarse en un solo lugar, así que aquello se multiplica en otras estaciones.
Empieza así el secreto de su “éxito”.
Pero de pronto un día dejaron de aparecer estos simples cartones y se apaga el interés. ¿Habría conseguido su propósito? ¿Encontraría a la chica? Solo se ve  que en las paredes donde se habían colocado los avisos, unos grafiteros habían ido dejando unos rectángulos vacíos hechos con spray, donde frecuentemente eran visibles los afiches que luego habían sido arrancados. Uno de estos grafitis es una especie de globo de viñeta donde solo se ven unos puntos suspensivos y debajo señala una caricatura de la cara triste de un gato.
El tiempo transcurre, en realidad unas dos semanas para ser sinceros, y cuando parece todo se ha olvidado, te encuentras que aparece otro afiche que también se replica en otras estaciones. El tipeo es a doble reglón, sin cursiva con letra Arial de puntuación 36, allí lees:
“Yo soy “la chica triste del Metro”, sé bien que intentaste acercarte a mí. No dejabas de mirarme, y eso asusta. Solo quería llegar a casa a dormir después de la fiesta. Estaba agotada. Sin embargo, no hay descanso para las mujeres, ni siquiera en el transporte público. En ese momento llamé a mi casa a decir que estaba bien. Tenía miedo. Así que cuando te miraba, te desafiaba ¿Estás loco? Te ignoré. Te rechacé. ¿Qué esperabas?, Si de verdad quieres que me sienta alegre, deja de buscarme. Déjame. No insistas más”
Tú eres testigo de que aquello despierta un inusual e intempestivo revuelo. Probablemente, se especulaba: el chico habría intentado otras formas obsesivas de buscarla, por ello la respuesta reiteraba “No insistas más” Los comentarios que antes habían sido deslizados a media voz, casi entre dientes en cuanto a tomar partido por tal o cual, se tornaron voces airadas, expresiones de rechazo y hasta de referencias por situaciones ya vividas según experiencias personales o casos públicos de #Acoso que los medios difundían en sus campañas y que se mostraban en todos los noticieros de la tele.
En las redes sociales empieza a viralizarse, unos dicen que son patrañas y aparecen fotos de los supuestos implicados descubiertos juntos y más y más comentarios. De esto era evidente la tensión, la precaución, las suspicacias que se generaban sobre todo cuando las unidades de transporte iban hacinadas y el peligro acechaba, eran los momentos donde surgía el cotorreo más álgido sobre el chico y la chica del tren. Se generan comentarios pin pon que motivan respuestas “generosas” de ofrecimiento de casas o habitaciones que se brindaban para que pudiesen llegar a un acuerdo, de quienes daban por hecho haberlos visto discutir a medianoche en la nocturnidad mencionada por el chico en sus cartulinas, de quienes pedían le diesen la oportunidad de mostrar que no era un acosador.
Otras y otros repasaban alternativas del motivo preciso de la pelea, del tiempo que tardarían en reconciliarse, unos apostaban, otros decían conocerlos lo suficiente para comprenderlos al tiempo de exhibir una filosofía de pacotilla a partir de un ejemplo de desamor. Otros, en remembranzas de familiares cuya hija o hijo se habían suicidado juntos bebiendo raticidas, colgados en sus baños, cortándose las venas, o de otros más que terminando clases, se separaban para siempre, y él o ella que murieron en un atentado terrorista con bomba en los trenes de cualquier parte del mundo, y no faltó quien señalara que aquellos jóvenes nos mostraban que aún era posible exhibir un desacuerdo amoroso en una época donde madres prostituyen a sus hijas, mientras gurús del amor y la incomprensión adolescente creaban métodos de autoayuda que se convertían en éxitos de ventas en ferias de libros, en épocas de variopinta mercadotecnia amatoria.
Todo aquello ya te envuelve, de los tres o cuatro contactos tuyos en Facebook que difunden y mantienen ardorosas trifulcas, encendidas peleas servidas de diatribas a diestra y siniestra, rebatiendo, redistribuyendo sus alegatos acalorados, alevosos, “bien intencionados” puedes enterarte que aquella situación de los afiches había trascendido el plano de la monotonía de la jungla para ser parte de la comidilla.
Pero aquello sólo era la chispa del incendio que estaba por producirse.
Un nuevo caso de feminicidio ocurre en la city: Alguien degüella a su pareja, la descuartiza, rocía los trozos con gasolina y a medio quemar arroja los restos a un relleno sanitario, no encuentran rastros de identificación de la víctima en primera instancia, tampoco del asesino, probablemente se habría trasladado de un punto distante para deshacerse del cadáver, luego, los exámenes forenses brindaron precisa información: mujer de aproximadamente 18 a 20 años de un metro sesenta de estatura. Un familiar reconoce por un pequeño tatuaje en la cadera la identidad de la víctima, precisa datos de que se encontraba desaparecida desde hacía unos cinco días, señala que la chica tomaba siempre el Metro para ir a estudiar y visitar a sus amigas.
Ahora ves que se arma un verdadero despelote en las redes donde intervienen los autodenominados influencers: periodistas, educadores, psicólogos, religiosos, youtubers, médicos, policías y demás curiosos. Declaran furiosas y furiosos su intención de ir a la captura del depredador.
En los periódicos ves que alguien arrancó uno de los afiches de la estación de tren, que de manera similar al primero fueron colocados en diferentes puntos de las estaciones. Cual si fuese la cabeza cercenada de la bestia, lo enarbola, diciendo que con él se haría una pancarta de rechazo a la vulnerabilidad y condición de las mujeres, que la culpa era del patriarcado brutal,  de un machismo como sistema que no arriaría fácil sus banderas. En el caso ya establecido como el de la chica y el chico del tren eléctrico, no se detendrían hasta capturar al monstruo. Reconoces que necesitamos calma y deduces: Si los comentarios de quienes se detenían a leer la primera pancarta -que eran hombres en su mayoría- expresaban burlas y referencias a la sandez del asunto, dejaban en el fondo entrever una cierta simpatía en la “búsqueda” de la supuesta amada, pero luego del horrendo crimen y del desborde en una histeria colectiva, el lado masculino en las redes fue de mal en peor.
Entonces crees necesario participar también -y lo comentas en tu cuenta de Facebook- que hay algunos que siguen defendiendo al maldito después del crimen,  quienes aún pese a las pruebas del reciente feminicidio siguen en la chacota, que solo ven en lo sucedido, la oportunidad de que algo se atreve a romper el molde de su neurosis, de la aplastante rutina en el que la gran mayoría ha encerrado sus vidas. No te equivocas, las redes guardan opiniones que vieron en aquel amante del afiche, el más puro exponente del estilo platónico en la era de los fake news. El chico había sido el depositario de un espécimen en franco proceso de extinción, un dinosaurio furtivo, quizás con acné, con algún manga bajo el brazo que era muy probable tomase al joven y tímido Peter Parker como su referente ideal.
Entonces, desde algunos grupos de Facebook y Twitter la respuesta de acoso de la chica les había arruinado la fiesta, les había reventado la pompa del probable romance, y la odiaron, la juzgaron típica millenial con cerebro de ameba y la imaginaron con el dedo en la pantalla deslizante las 24 horas del día, anodina adolescente que de seguro habría peleado con el enamorado, pero a final de cuentas él no tenía el perfil de descuartizador; quizás ella era incapaz del perdón o que quizás, después de todo, nada había sido cierto en relación a la romántica búsqueda y que ambos o alguien había creado esta farsa; porque, debes decírtelo para aclarar el panorama de por donde se había dirigido la movilización de aquella feligresía enfervorizada, del cual tu eres ahora parte también furiosa: Nadie estaba seguro de nada. Pero todos –incluid@ tu- habían juzgado y tomado una decisión.
 Las redes estallaban.
En la estación del tren te detienes y miras el espacio donde estuvo colocado uno de los afiches, ves que un graffitero lo había enmarcado en un rectángulo de trazo azul, te quedas largo rato mirando este trozo de pared, mirando a la nada en realidad -supones que es eso-. Nada en relación al suceso, en serio, absolutamente nada de nada, cuando notas que a tu costado está parado un viejecillo esmirriado, algo calvo, vestido pobremente, y con un costalillo de bayeta inmundo donde parece llevar unos libros viejos, sonríe, está contento, aquello te incómoda. Se acerca y señalando dice ¿sabe lo que realmente había allí” ¿cómo dice? Respondes. Mire usted, déjeme contarle una historia, las tortugas de la zona donde nací saben bastante de astronomía. Espere, no se vaya, no estoy loco, déjeme contarle y luego usted sacará sus conclusiones. En mi pueblo creemos que para dar con una cabecera de río tenemos que tomar el camino contrario a lo que pensamos, solo así es posible llegar”.
No sabes porque pero te detienes a oírle. Sería absurdo esperar alguna certeza a todo lo ocurrido, pero le escuchas:
“Dicen que un día la lagartija propuso a la tortuga hacer una competición para ver quien llegaría primero al monte. La tortuga aceptó. Empezaron a correr, y la lagartija shiizzz! desapareció, mientras la tortuga todavía estaba orientándose. Horas después esta llegó finalmente al pie de la desolada roca y empezó recién a subir la cuesta, le costó muchísimo. Tanto le costó que días después se cayó rodando hacia abajo. De espaldas se quedó y no lograba voltearse como para seguir caminando o subiendo. Era difícil, al comienzo sufría, pero después de cierto tiempo se acostumbró a esa nueva posición en la vida. Y simplemente se quedó en el sitio, mirando nubes de día y de noche, también las estrellas. Después de meses se dio cuenta de que tenía plantitas en su barriga, las que empezaron a brotar, era su alimento pues, como si le hubiera caído del cielo”.
Te percatas y extrañamente no hay nadie en la estación. Nadie sube ni baja.
“Muchos años después pasó un sheripiari que es como un maestro rezador, pasó por ese sitio buscando algo, y justo ahí, donde la tortuga afloraba, le dio ganas de hacer la pila. Mojó feo a la tortuga, y esta se molestó bastante”.
 El pobre sheripiari, que nunca antes había orinado a una tortuga y menos a una en tal estado físico y de ánimo, se asustó y quiso ayudarla, voltearla. Pero ahora la tortuga se dio cuenta de que iba a cambiar su vida otra vez, profundamente pensó ¿cómo caminar con tantos vegetales en la barriga? ¿Dejar de mirar las estrellas? Imposible pues. Le dijo al sheripiari Déjame nomás. Estoy muy bien así. Me gustan las estrellas. Tengo alimento sin tener que ir a buscarlo. Estoy perfectamente bien. Por eso, dicen, cuando las tortugas hablan entre ellas, casi siempre hablan de las estrellas, llamándolas incluso por sus antiguos nombres. Sólo los sheripiaris pueden comprenderlo cuando toman ayahuasca. Parece que aquella vez la tortuga hablo casi toda la noche con el sheripiari sobre las estrellas y sus movimientos, sus caídas, sus desapariciones y todo lo demás”.
“Así dicen”, dijo el viejecillo rematando su relato “dicen que es así”.
El lugar había quedado inusualmente vacío, no había una sola alma, el silencio te sobrecoge, vuelves la mirada al espacio enmarcado por el graffiti.
Te pide unas monedas, dice que no ha comido nada en todo el día, pero tú acabas de perder tu día trabajo por quedarte a escucharlo.
No, lo siento, sorry…
Entonces sonriendo el viejito hace una graciosa reverencia y se va.


Lima, entre marzo y mayo de 2019.


La narración Ashaninka sobre el sheripiari y la tortuga fue prestado de la novela “La rojez de anoche desde la cabaña” del escritor alemán Thomas Th. Büttner. Editorial Colmillo Blanco. 1989.


ISBN: 978-612-47332-0-8 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2019-16317  © Todos los derechos reservados.




CRISÁLIDAS EN EL REFRIGERADOR


Nada de hombres sabios ahora,
Que cada uno se arregle por si mismo
Agarre su hija y corra

                                                                                       Jim Morrison



DÍA UNO


El cuarto parece el mismo todo el día. En cuanto al ruido del tiempo, proviene creo del lento masticar de la bestia que en algún lado permanece oculta, aunque no sé exactamente donde se esconde. Deglución del ánimo, del tiempo mastodonte, del tiempo en concreto, de paso, de aplaste. Su permanente avance es como ese tajo allá arriba que nos ilumina, una grieta blanca y fluorescente colgada todo el día sin que haya algún titubeo, sosteniendo amarillentas las caras estacionadas en la nada, resecadas velas cuyo cerumen no ha dejado de gotear al calor de los días y las noches en que todo se ha ido derritiendo muy lentamente.

Aquí somos crisálidas guardadas en el refrigerador. En la celda todo parece detenido, menos el continuo ingreso de prisioneros a cada hora, mientras afuera el clima está oscurecido por las nubes de la violencia y la guerra. Eso lo sé bien, creo que no tiene ningún sentido hablar de un afuera en este momento, que se las arreglen como puedan allá. Tenemos bastante con el peso demoledor del tiempo en nuestros cuerpos aquí, convertidos en toneladas de papel secante, de periódicos y revistas viejas e inmóviles en anaqueles atestados cubiertos de herrumbre. Poco a poco el aire nos va faltando,  hacinados como paquetes, decolorados y en silencio, impregnados de urea por la humedad y el salitre que se adhiere como lenta carcoma, amarrados con soguillas en el oscuro esquinero, páginas y más páginas amarillas de guías telefónicas que se han detenido con precisa parsimonia caen una encima de otra, cubiertas por el moho verdoso en la cercanía de los baños que carecen de puertas, ubicados entre el marasmo y el sopor.


DÍA DOS


Los compañeros han hecho ingresar con sus familiares conos de hilo para mantenerse ocupados. La idea es tejer y diseñar utensilios como aretes y pulseras que luego se venderán afuera para costear en algo la alimentación de los internos. En un rincón, Cara de Bofe, teje sosteniendo los hilos en su rodilla derecha. En la casi inamovilidad producto de la aglomeración, los dedos se articulan en minuciosa labor artesanal; los compañeros dan una muestra cabal de sobreponerse a circunstancias extremas.
Pero a Bofe, las noches en desvelo por la angustia y la incertidumbre le pasaban factura. Los párpados le colgaban como descomunales escrotos suspendidos de un gancho de carnicero, trozos de grasa columpiándose hasta casi tocar el suelo, como de esos perros ingleses que nacieron tristes y viejos. Teje y teje, pero más allá de tejer, eslabona con ahínco silencioso una serpiente que a retorcijones intentará luego deshacerse de sus manos por un punzante escozor en su lomo. Bofe intenta sonreír mirando la pequeña TV que compartimos, al hacerlo construye un electroencefalograma artesanal en su vericueto de hilos y lo hace bien, curtido en su oficio de orfebre.
Se incorpora de pronto y enérgico camina hacia el televisor, se detiene hierático, el resto de los prisioneros sigue mirando la pantalla y no le presta atención. Apaga el aparato, nadie hace el menor reclamo. Los silenciosos desplazamientos de los hombres indican que se van a dormir -se supone que los automóviles deben dirigirse a sus destinos, cuando en ese instante se los escucha pasar raudamente- se acuestan en el mismo sitio de donde se han levantado y han pasado todo el día casi sin desplazarse, y fingen dormir.
Entonces me percato de que Bofe mantiene un nivel de conducción sobre los demás presos.


DÍA TRES


Los cuerpos en aquellos días, los cuerpos lineales, días que retornan al mismo punto de partida, cuerpos que se van debilitando. El paso del día y su enmohecimiento. Por la noche está prohibido dirigirse al baño y no hay guardia por si ocurre alguna emergencia.
Algo hace un chirrido potente en los barrotes y los presos nos incorporamos amodorrados, cubiertos por frazadas. Soy elegido para llevar las descomunales ollas con el desayuno a las celdas, puedo ver la pila de bidones de kerosene almacenados en la cocina a unos metros de la carceleta, y las hornillas con sus fogones donde se sancochan trozos de papas, arroz, cebollas y otras hortalizas cuyo hervor lo empavonaba todo. Un brillo lechoso se deja ver al mediodía respirando aquellos vapores, sumatoria de cuerpos vivos, sumatoria de cuerpos muertos.
Pero estábamos de madrugada y aun somnolientos.

-          ¡De pie carajo! ¡A la cuenta!

Bostezando, ovillados por el frío, empezamos la lenta procesión cotidiana reconociendo el orden de las aspas de tinta negra  en el cuaderno de listado.

-          ¡Al patio, mierdas!

Algún día recordaré esto, que amaneció y fuimos expuestos a la neblina de la madrugada en el patiecillo del penal, y el olor a creso del piso trapeado con desgano por alguien que no estoy seguro si tomaría desayuno más tarde, se impregnaba en el aire; que pudo ser en cualquier fecha, en el día conmemorativo del techo color de hueso (casi como suele estar el cielo en Lima) que los ojos se alzaban para dejarse llevar en ese momento a cualquier otro lugar, allá afuera, tras las altas ventanas enrejadas. Los brazos y piernas se estiraban luego


de horas y horas por alguna ley estampada en algún papel limpio, blanco y también quieto, petrificado en algún escritorio rodeado por la presencia del matasellos y el tampón de tinta en una de sus esquinas,.

Al ir escuchando sus nombres podían volver a la carceleta.

 A un costado un empleado, cubierta la cabeza por una frazada y sentado en un escritorio cuyo forro de cuerina gastado tenía dibujos sexuales en pedazos jaloneados. Una botella transparente de gaseosa reposa con un trozo de vela embutida recién prendida resistiendo a duras penas la penumbra. Escuchamos entre bostezos, el barullo y los gritos desde la cocina para que un par arrastre la paila con el desayuno.

El portón de rejas es abierto y el crujido da paso a tres hombres levantando pesadamente un oxidado recipiente de cobre para líquidos que llaman aquí los internos “la lechera”. Había servido por años para llevar desayuno a los calabozos. Ahora fungía de urinario mancomunado siendo dirigido a ser vaciado en las duchas. Por la cuenta, fue momentáneamente dejada cerca de la puerta de la celda colectiva, reposaba su herrumbre de latón despostillado, conteniendo el orín colectivo de aproximadamente 150 presos, esperando su paseo cotidiano.

Cuando los detenidos fueron llegando en cada vez mayor proporción al sótano del Palacio de Justicia, el pánico que manifestaban luego de la tortura en Seguridad del Estado pasaba a desasosiego por el sobre poblamiento paulatino de la celda. Cientos de detenidos con apariencia de estudiantes de asentamientos humanos de la ciudad eran recibidos, se buscaba acomodarlos tratando de aprovechar al máximo los resquicios de espacio.

Entonces “la lechera” tenía que cumplir su misión a cabalidad. Con el paso de un tiempo que no podía precisar, los litros y litros de sustancia corrosiva fueron horadando las paredes de aquel armatoste y una cisura apenas perceptible apareció; en algún momento lo encontré, no estaba seguro si los demás presos lo sabían, se asemejaba a un diminuto ombligo o una especie de ojo panóptico clavado en la base, apenas perceptible. Sabía bien que crecería, tenía a su disposición un tiempo congelado. La otra noche, en el silencio del sótano, se dejó escuchar el fluir del líquido en la rajadura, el contenido como ácida y levantisca sombra húmeda empezó a deslizarse y a rodearnos. Entonces el olor a amoníaco se hizo continuo y permanente en los charcos que no podían limpiarse. Un olor fétido y corrosivo como la certeza del encierro y los zumbidos de la corriente eléctrica en los fluorescentes siempre encendidos, nos rodeaba. El acre olor del refrigerador nos impregnaba al cerrar los ojos y volaba hacia los cerros iluminados por antorchas en la ciudad a oscuras, mientras la vela en la botella de gaseosa se iba derrumbando, fría, inútil, gastada.
Cuando se fueron manifestando los problemas previstos de la convivencia, y la organización partidaria tenía que redoblar esfuerzos, cuando los hombres no podían evitar la natural desesperación y las discusiones parecían quebrar su núcleo, entonces pensaba con fría lógica en que la verdadera y única unidad indivisible, el real encuentro de los presos, se ubicaba y se hacía realidad en aquel recipiente. La cargadera de cada madrugada se tornaba un ritual en la que el tótem se erigía como el cáliz de la bienaventuranza representando la unidad indisoluble ante la adversidad de los desencuentros y los no reconocimientos. Durante el día fuertes golpes de varas en el portón van marcando la pauta de más y más ingresos a la carceleta, uno se va acostumbrando de a pocos a la rutina.



DÍA CUATRO


Las seis de la mañana, el siniestro tajo del día que parte la noche. Me la he pasado escribiendo y escribiendo debajo de la frazada, haciendo uso de la tripa eléctrica conectada al sol y en el otro extremo por un cubo de hielo. Las horas se irán con la eternidad de mirarme la curva de los zapatos. En el vientre de un enorme pez los hombres apretujados se balancean espalda con espalda acurrucando un tiempo que demora en transcurrir, que se diseca a cada segundo pálido y desproporcionado.

Bofe sigue y sigue tejiendo, el guardia de turno que no llega con las monedas o cigarrillos, somos todos una sola masa gelatinosa. Hay algo que busca Bofe y que no puedo adivinar, se detiene rítmicamente en partes claves, como el arco en lugares determinados y en el pulseo del diapasón y cuerdas en un viejo violín tocado por un mendigo ciego, algo que involucra el hilo de su propia vida y de la cual surge un tejido sin origen ni fin, pero maniobra certero, preciso en sus puntadas. Su experiencia y habilidad me hace suponer que otras veces ya estuvo aquí, realizando su tarea personal e impulsando y exhortando al trabajo colectivo.

¿Habrá sido fortuito su encierro o cumple una tarea partidaria específica?

Escucho la carcajada proveniente del hocico de una ballena escondida en algún bolsillo, aún no tengo total certeza donde estoy, quizás dentro de una embarcación y no puedo reconocer a que puerto nos llevará.



DÍA CINCO


¿Por cuál de las puntas del hilo que teje Bofe coger la historia? Suponiendo que esta serie de pasajes que conforman los días que transcurren y que adivino tras una ventana cerrada por rejas, nos esté conduciendo a algo.

Cuando al otro lado debiera estar la luna cuarteada por la neblina. ¿A dónde seríamos trasladados los presos desde esta carceleta?

Traten de encontrar ustedes una forma, la que sea, su forma.

Quizás no pase de ser todo esto,  la lejana observación de una circunstancia que no tiene rostro. Bofe es todos los rostros que están aquí al mismo tiempo, la configuración más cercana de aquella circunstancia; he allí su poder de ubicuidad en el espacio de la carceleta, del refrigerador.

Era el observador, a su modo también. Trabajaba concienzudamente tabulando nombres, fechas de ingresos, códigos y cuadros estadísticos, sellos y más sellos, dedos embadurnados de tinta de tampón, largas horas observando diferencias y similitudes de huellas digitales en graciosas cartulinas didacto – dactilográficas en el fichaje de los presos.

Me acabo de dar cuenta de que Bofe es la voz de una conciencia tutelar y protectora, una voz autorizada por encima del audio del pequeño televisor en blanco y negro. teje y teje, sigue tejiendo nunca destejerá, nunca dará marcha atrás. Será implacable en ello. Hace poco, los hombres habían encontrado su forma de palpar el contorno del tiempo: puliendo pepas de paltas, caparazones de choros y conchas de moluscos para fabricar aretes y collares, envolviendo lana de colores o trenzando haces de junco a merced de su propia musicalidad, pauteo y ritmo, así el encierro se volvía algo sinfónico.

Bofe dispone de la batuta, marca el compás, ensimismado, instala dependencias, recoge crescendos dispone de bajos y acordes imprevistos, zurce, pule y raspa luego en la porción de una pared, en un segmento de ladrillo al que hay que volver cada mañana “hay que asegurarse de alguna forma,  saber si estamos en la mañana, compañeros, por qué, debemos saber es lo que ha de ocurrir afuera también”.
Ya por lo menos nos ocupamos a estas alturas de que exista un “afuera”.



DÍA SEIS


Afuera. Ayer estaba hablando de un afuera, de un estar allá, ¿cómo asumiría afuera lo que ha ocurrido acá adentro?

Afuera, en el pasado.

Uno frente a otro en la cantina de alguna callejuela del distrito de San Juan de Lurigancho, repartiéndose la risa cómplice y apurando los vasos de cerveza.

-          No me interesan esas canciones

Eso me dijo.

-          Pero, seguro que te dicen algo.

Y así podían pasar aquí en la prisión, miles de canciones por mi mente, una suerte de estación de radio en la cabeza, otra forma objetiva de zurcir el tiempo en el refrigerador- Entonces, venía el mozo y realizaba aspavientos con el estropajo en la mesa. El estruendo del equipo de sonido hacía que levantáramos las voces.

-          ¡No entendían un carajo! ¡Toda construcción está destinada a la entrega de vidas, pero no, eso no era suficiente, no entendían!

Aquello fue suficiente. Callé y rodeado de pronto por la brutalidad de la borrachera alrededor, alguien de mi mesa grita.

-          Un par más y nos vamos!

Presto a desaparecer mis únicas cinco lucas.

-Debo detener aquí el escrito, debe ser casi mediodía y empiezan a llegar las bolsas con alimentos debo estar atento al llamado  de mi nombre, ayer no lo escuche, y el guardia se quedó con mi comida, un momento, vuelvo…Ya esta! la recibo y ahora me arrojo a mi frazada y continúo escribiendo-

Recuerdo haber corrido mucho tiempo por un arenal vasto y que no debía voltear, por ninguna razón voltear ¿cuantas veces somos como la mujer de Lot? pero hacia donde estuviese corriendo podía ver a mis costados la retorcedura de autos chamuscados, destartalados, ómnibus volteados, quemados, con señales de piedras humeantes a la distancia, el cansancio era mi gran perseguidor y yo luchaba contra el cansancio, en contra de la quietud de ceniza de los muertos, y no debía parar, dejé atrás aquellas figuras carbonizarse. El sol se hacía enorme en el horizonte y logré llegar al borde, donde a mis pies la arena se volvía agua, me detuve y miré a una mujer que se introducía en el océano llevando una criatura entre sus brazos, desapareciendo poco a poco.
Quizás, si, quizás Bofe sabe que la única forma de dejar de ser observado es observando. El ojo panóptico de dios permanece encerrado en una pirámide, dios entero es un ojo y el ojo estaba en La Lechera. El mar desaparece frente a mí. Me quedo solo en aquel enorme y humeante terral respirando agitado, el infinito es blanco y está metido dentro de un enorme silencio.



DÍA SIETE


¿Y si me pusiese a escribir un relato?

Una vez 7 AM,

 Asentamiento humano José Carlos Mariátegui. Había tomado un microbús en la avenida Abancay, el viento soplaba fuerte.

7.24,

Larga fila de hombres que serpentea interminable, sentados en la acera, algunos fingen leer periódicos recién comprados, otros fuman por pasar el frío, caminatas de ir y venir con las manos en los bolsillos, ninguno pretende disimular su nerviosismo. Así de pronto se incorporan los que leen periódicos  y se agrupan para algo. No tienen claro para qué, pero esa incertidumbre les estimula y da a sus próximos movimientos un extraño convencimiento.

7.36,

Se incorporan, han formado en filas y columnas aun imprecisas. Un hombre joven de piernas chuecas y descosido pantalón de tela celeste mueve el brazo derecho y como articulados por una descarga eléctrica el contingente de hombres se alinean, caminan hacia un leve terraplén, terminan de organizarse y  en marcha empiezan cánticos al unísono, peatones de las veredas aledañas los miran, se les van uniendo algunos, otros dubitativos no se deciden, un policía semi escondido con las manos en la cintura desaparece.

-Debo detener el escrito, un guardia de turno cuelga su radio a baterías en la reja. No puedo ser coherente cuando trato de escribir, entrometiéndome con el material de los recuerdos-.

 Procuro cerrar los ojos.



DÍA OCHO


¿Y quién mierda soy yo para quitar a nadie su parte de dolor, su jubilosa delectación con ese dolor? ¿Quién chucha dijo eso?




DÍA NUEVE


Precisamos de la limpieza en la celda y no perder la calma, Bofe me dijo hace unas horas, en la media hora que nos correspondía diariamente para estirar las piernas en el patiecillo, que el acto y el hecho concreto son su alma, y es en ese instante, que aparece en mi mente el pizarrón del colegio nacional, que decía “prepárate para la lucha y no para el placer”, pero el alma lleva su tiempo y su rito, lo dijo, partiendo los hilos de su tejido con los dientes.

 Me quedé dormido y soñé, estaba en una especie de laguna donde unos hombres desnudos formaban un círculo, hombres de edad madura, uno de ellos muy viejo, estoy yo al medio cubierto por un abrigo. De pronto va saliendo a flote el lomo de una especie de reptil gigantesco. Le indico al hombre viejo que la mire, que no deje de mirarla pero se niega a hacerlo, la bestia enrumba su descomunal cuerpo hacia nosotros, el miedo me empuja hacia un muro de ladrillos que sobresale en el agua, lo intento escalar pero este se desmorona, miro hacia el circulo y los lugares de los hombres están ahora ocupados por mujeres indias trozando en pedazos la carne de la bestia y amputando las vísceras con machetes y cuchillos. Sonríen entre ellas hablando animadamente sobre personas que ya habían muerto, con esa atmósfera de respeto que merecen quienes han dejado de existir. De pronto todo se oscurece hemos sido cubiertos como por una enorme capa de fieltro.

-Soy un niño que tiene miedo de la música que hace el mar sin detenerse, les digo.
Camino por la arena mojada, el abrigo se descuelga de mi cuerpo y quedo desnudo.

  


DÍA DIEZ


El viento frío entra por la ventanilla en lo alto del calabozo, el mar nocturno nuevamente y su oscuridad vista desde un microbús. Una bandera rojiblanca que flamea para todos. Tintineo de monedas en la mano del cobrador, parlantes a todo volumen, los pliegues del rostro de una mujer vieja se zamaquean al ritmo del transporte destartalado de servicio público. Altura del puericultorio Pérez Aranibar, olor a estrella de mar, la palanca de cambios coronada por una esfera transparente donde flota una escarapela roja y blanca con la hoz y el martillo en el centro. Lenny Kravitz confiesa que quiere volar lejos, todos lo quisimos alguna vez Lenny. La mirada de la vieja atraviesa el asfalto, una casaca que duda en avanzar, un chico en un costado con un cigarrillo deslizándose entre sus dedos que segundos antes tamborilearon en el pasamanos. Una chica cambia la página de un libro, las monedas siguen tintineando, el ruido lacera los oídos, la corbata no se inmuta, alguien sube y se arroja pesadamente en un asiento y se queda dormido, el chofer le dice al cobrador:

-Habla!

La luz de un poste existe sólo momentáneamente para todos.



DÍA ONCE


Se me ocurrió un poema dedicado a ti y cuando lo iba a escribir se me había olvidado.



DÍA DOCE


-Escribo esto en la oscuridad bajo la frazada- He despertado de pronto con la angustia aún adherida en la lengua, me asusta darle una chance al pozo de desaliento, el debilitamiento se apodera del cuerpo y encima tengo que soportar los ronquidos.

Tengo a los recuerdos jalándolos otra vez por los pelos. Allí estas tu mirándome por aquella ventana, el sol nos ha dejado el plomo suspendido de las nubes, tú y yo de pronto echados en la cama con una bulla terrible en el interior, demasiado ruido para recibir a la noche y a tu cuerpo donde intento dormir. La cabeza es una piedra que se hunde en el agua. Hablábamos de todo lo que estaba ocurriendo allá afuera.

Me levanto y me dirijo a La Lechera, me demoro más de lo habitual. Aprovecho un resquicio para poner los pies en el aire. Voy a desaparecer todo, a abrazarte y olvidar ya verás, cuando salga será diferente ¿olvidarte? Pero si eso acá es lo que me mantiene con vida, con vida para recordar, un escudo que quizás sea momentáneo. Tengo nuevamente un sueño tomado de las alas, me acuesto y puedo dormir.



DÍA TRECE



Entonces a una orden, tomaron piedras apretándolas fuerte, se dirigieron hacia el depósito de unidades de transporte cuyo portón había sido violentado por la turba, los vidrios de las ventanillas se hicieron añicos, la muchedumbre enardecida levantaba la cubierta y golpeaba los vehículos con furia inaudita, yo observaba todo, esa rabia me era desconocida, brotaba como fuego que saliese debajo de la tierra, yo ignoraba su existencia pero allí estaba ante mis ojos.

Lograron volcar algunos vehículos retorciendo las carrocerías con sus barrotes y palos -todo esto no lo diré Señor secretario de juzgado en mi manifestación, porque se me olvidará apenas cruce la puerta de su oficina, todo eso brota señor secretario por las noches cuando duermen los cuerpos, es testimonio verdadero Señor secretario-.

Arrancaban pedazos de las carrocerías y las mujeres escogían las partes de los trozos más filudos para cortar las llantas. Yo me decía, observa, observa bien esto y no dejes de apretar fuerte la piedra que te corresponde en la mano, y recuerda en este mismo instante el frío del silencio que se impregna silbando por las hendiduras de las casuchas hechas de cartón leche gloria y apretaba  aún más fuerte mi piedra. Así lo hacía cuando todos voltearon y a lo lejos se divisaban las tanquetas porta tropas. Hicieron ulular sus sirenas en señal de emergencia, eran imágenes que aparecían en pantallas de televisores en los hogares por las noches y que de pronto nos rodearon en la cumbre de los cerros y corrimos -¿tal vez mencione esto señor secretario por el hecho de correr sin haber explicado la causa? En su manifestación usted hablará, aquí todos hablan, me dice. Acusado para que diga ¿por qué corrió y corrió hasta que ya no hubiese más tierra donde posar los pies y a orillas del mar el sol se hundía como una moneda, siempre más allá?- y le diré que no podía seguir corriendo sobre el mar, que llegué a una gran avenida y logré ver un microbús con pasajeros, me arrojé asustado y no me asomé a la ventanilla.

Así transcurría el tiempo aquí dentro, se los juro, así transcurría.



DÍA CATORCE


Los latidos esos como disparos continuos que se lanzan. Estoy conmigo en este instante detenido en el silencio. Choque de metales a la distancia, latones roídos sobre neumáticos, esófagos y radiadores hirviendo en alguna curva por El Agustino, Ermitaño, Piñonate, Yerbateros.

Aquí detenidos, comprimidos y a la espera. Yo aquí, con el cuadro permanente tras las rejas, esperando que la caída de la tarde se impregne de añil o violeta un martes por la mañana de enero o febrero, la camiseta sudorosa, el trapo del limpia parabrisas que se depositaba violento en la combada frente del automóvil con el semáforo en rojo. El trapo meneándose agresivo y jabonoso con el escupitajo que pulía la artesanía acrobática. El cuerpo escuálido orbitando tras un trozo de vidrio, cosmos de espectáculo televisivo. En algún lugar del planeta semáforo verde, verde de mi a fa, fa roja, mi verde, Reynoso dixit, estirándose de la mano un nudo en la moneda. Entonces trepa, se apodera de la llanta, desvía de pronto su carril, se agolpa e interpone. Mientras me mueva no habrá ningún ejercito de hormigas imprecisas que me vendrán con cojudeces, la resolana que levanta el sopor del chasis hacia el ansioso golpeteo de la mano sobre el timón, el pocillo despostillado que sobresale de la argamasa negruzca. Millones de cintas de videocasetes a la hora del desayuno -  ¿A qué hora llegará el desayuno a la carceleta? no vaya a ser que…hervor de cacerolas, agua para el té y un pan en el radiador, el agustino, yerbateros, piñonate, san cosme sin camisa y el tórax como un fuelle entre neblinas de diesel y cajones de frutas, rojo verde, verde rojo, verde nimbo golpeteo de la mano sobre el timón, el pocillo despostillado inútil y sonámbulo hacia otra ventanilla, un viejo que se pierde con un bulto a las espaldas, que se pierde en el espejo retrovisor, una caja de leche es una cuna, por eso sales sin camisa como un carajo de padre a navegar esa imagen que tienes de ti, a caldearla y a sopesarla, de pronto el tic tac, el tic tac es un recurso para la bendición que toma una forma hoy y se deshace como el hielo mañana, con la poderosa sensación de meter un brazo en el mar y arrancar ese reloj inadvertido, pasajero.

El timón corre y se pierde. Cada mañana, la montaña de latones reanuda su marcha abriendo y cerrando los candados con esa, su auténtica fiebre.

Afuera.


DÍA QUINCE


Ocho o nueve de la mañana. Me he cepillado los dientes, mojado el cabello, peinado y vestido con una chompa negra y pantalón de buzo azul, espero sentado que llegué mi padre con el desayuno, sombras de transeúntes por una rendija me indican que hay algo de sol afuera. Bofe dirige la centralización de los alimentos que van llegando en una especie de mesa común, se respeta a quienes no desean participar en esa distribución, no sin hacerles sentir la obligada cuota de aislamiento ¿Por qué creemos haber olvidado el sentido de la convivencia personal en comunidad? Es precisamente en estas circunstancias que vivimos donde tendrían que afinarse aún más nuestros sentidos, ellos nos indican claramente que solo como conjunto podremos soportar y hacer llevadero todo “esto”. Los animales logran articular esa forma de convivencia fuera de toda especialización racional, el asunto es como manejan los enfrentamientos. La cuestión no pasa por  fijarse a quien le traen y a quien no los alimentos, pensar en comunidad debe redundar en beneficio del individuo y todos debiésemos comer tranquilos, eso podríamos hacer. Resolver los asuntos básicos es un soporte para afrontar todos lo que ha de venir y ello requiere unidad entre nosotros.

-Escrito por la noche-


DÍA DIECISÉIS


Luego de la caminata nocturna y de vuelta a la celda, me he puesto a dibujar en mi libreta el portón de rejas con las ropas colgadas recién lavadas y secándose, un arco abierto para el paso de transeúntes, quizás falten unos 15 minutos para que la vuelvan a cerrar, una viñeta costumbrista que ya la hubiese querido realizar una especie de  pancho fierro, sobresale algo válido entre los desperdicios, descomunal montón de estampitas, valses, escapularios, acuarelas, rosarios, mantillas, picarones y vivanderas, dibujos al carboncillo amontonados en una pestilente ciudad; en especial los gallinazos en plena plaza cercanos a los canastos llenos de pescado encima de las mulas bebiendo de charcos de agua empozada y mujeres de piel negra entresacando miradas envueltas en velos, restos putrefactos de fantasmas que habitan como humo en nuestras emociones.
No se puede saber con certeza si nos trasladarán en pocos días, intuyo una especie de ensayo general alimentando el pánico con el desconocimiento, el desconcierto y los rumores que saben, andan circulando sin cesar por bocas de los carceleros.



DÍA DIECISIETE


Hoy es domingo, como todos los domingos no tendremos luz y habitaremos en catacumbas.

¿Vendrá el cura a su misa habitual y nos contará en el sermón sus aventuras de cuando fue capellán del palo de fusilamiento en El Frontón, antes de comer su pan con relleno y camote en el kiosco de la guarnición naval de la isla?

¿Qué fue de los “zapatos” que de pronto, en la lancha que lo conduciría al paredón, se sacó el hombre condenado a muerte, y se las dio para que se los entregara a su hijo?




DÍA DIECIOCHO


Llegaron comentarios provenientes de “las oficinas de los pisos superiores”, nos trasladarán dentro de poco con una gran requisa, se nos prepara un gran agasajo en el penal que nos recibirá. ¡De prisa! debo deshacerme de mis papeles.


DÍA DIECINUEVE


Esto es lo que ha de suceder en las próximas horas - escribo adivinando otra vez, renglones imaginarios en la oscuridad, sectores de papel entre las tinieblas - nos sacarán y entre el tumulto de hombres entrechocándose quedaremos momentáneamente ciegos, los colchones de esponja previamente descosidos serán cortados a trozos disparejos por la guardia para detectar si escondemos armas.
Me pregunto cuál será el destino de las telarañas hilvanadas por Bofe que no lograrán salir, ilegibles máscaras de un tiempo azaroso dirigidas hacia un futuro imposible-se escuchan las botas de goma por el pasadizo- a aquellas pulseritas se las llevará el viento y serán pelusa permanente en el dorso de los cerros.


DÍA VEINTE


Ya vienen, servicio de fuerzas especiales GAME expertos en sacarte la mierda con pasamontañas cubriéndoles los rostros, ¡pónganse en una fila ya carajo! Y si escuchas una bofetada no voltees, encógete de hombros si ves a los gallinazos estirando sus alas frente a ti, el viento que está adentro y el viento que está afuera, quisiera irme con el viento, los quince días siguientes que vendrán sin salir de dos metros cuadrados para aprender bien a estar parados sin pestañear.

Ya vienen y me estoy comiendo los papeles para memorizar las palabras que he escrito.

Con el cuerpo se quiere encerrar el alma, decía quién lo decía, bueno ya no importa, o si importa, pero lo hice.

Así fue.


DÍA VEINTIUNO


-          Bueno…ya no estoy en la carceleta, pero el escrito fue encontrado por la guardia de turno atascado entre los barrotes de una reja que mira a la playa -

Muy temprano, luego del aseo personal, me desplazo en la penumbra del pasadizo central apenas iluminada por las luces de las velas en la mesa a modo de altar, aquello brindaba el ambiente espectral de una fosa con la muchedumbre ensimismada a un costado. Aparecía entonces el viejo cura a oficiar su misa. Atisbo una celda a casi total oscuridad, un hombre arrodillado dentro de un círculo parece orar adivinándose sólo su silueta por la débil línea de luz que ingresa  por la ventanilla y en un camastro la sombra de otro hombre que duerme pegado a la pared. Entonces presto atención a la voz del viejo cura que lanza su sermón desde su lejano púlpito.

 Así hablaba…

“…Yo fui el sacerdote que lo acompañó hasta el final, el último que lo miró a los ojos antes de que se  los vendaran, sin haberle preguntado el oficial si quería ver a  quienes lo fusilarían. Aquella madrugada aun a oscuras, cuando partimos del muelle, mientras el viento frío nos cortaba la cara y en la estela que perdía su forma en el recorrido, el ruido constante del motor de la lancha  nos acercaba a la isla donde lo esperaba la estaca en la playa y la tropa arropada en frazadas con los fusiles preparados. En ese tránsito final, hubo momentos en que la neblina nos cubría y un pensamiento de terror ocupaba mi mente mientras no perdía el compás de la plegaria que por el alma de aquel indio desgraciado yo rezaba sin parar en voz alta tratando de encimar el ruido de la máquina. Cielo y mar colocaban  la nave donde viajábamos suspendida en la niebla, flotando en la nada; el pensamiento de aquel hombre que sería ejecutado en breve parecía atravesar la masa de agua, y en el silencio con el que se preparaba para recibir a la muerte, su oración interior era más poderosa que la mía; por ello yo subía la voz hasta casi el grito, hasta que a lo lejos divisáramos nuestro destino. Entonces aquel indio levantó la cabeza y despojándose de las ojotas se acercó a mí poniendo en alerta a la guardia. Les pedí le dejaran, me las entregó y suplicando habló:

tata papa apachicuy ujut’a mi churi…

Que se los entregara a su hijo en un pueblo cercano de la sierra de Lima.

Cuando llegamos a la isla, un guardia se cercioró de tener bien atado al reo. El kiosco metálico del desayuno abría sus puertas, entonces calenté mis manos en el pocillo de café, pedí una bolsa para las ojotas y le di un mordisco al pan con relleno y camote mientras esperaba que todo quedase listo para la ejecución. Me limpié la boca con el dorso de la sotana, me persigné y escuché el bostezo del oficial de mando que también desayunaba a mi lado. Caminé la distancia que me separaba hacia el palo e hice la señal de la cruz ante la frente del prisionero cubierta ya con la capucha, retrocedí. La voz de fuego y la descarga espantó a un grupo de gallinazos somnolientos levantando asustados su vuelo. El cuerpo inerme quedó tensado por las soguillas.

En mi labor de capellán de la isla de El Frontón yo acompañé todo eso durante muchos años”.

La carceleta está ya vacía, amplios espacios con las rejas abiertas. Un guardia se acerca a la televisión, la apaga y se va.

Todo queda en silencio.

Lima, Noviembre de 1992.

ISBN: 978-612-47332-0-8 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2019-16317

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