martes, 17 de marzo de 2020


NO, LO SIENTO, SORRY


La guerra es infinita porque nunca ha comenzado
                                     Jean Baudrillard



Puedes ver el programa completo aquí: https://www.youtube.com/watch?time_continue=8&v=g0DJPM45CYI
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4951 comentarios


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No lo sé, Rick....

Wevon - azo ¿Que le encuentran de romántico? Re acosador

Ojalá y no encuentre a esa chica...

Soy un acosador Acose a mi ex

Le habla: Acoso No le habla: Acoso Se enamora: Acoso No se enamora: Acoso La mira durante 2s: Acoso No la mira: Acoso Le pasa por al lado: Acoso Me faltan cosas pero para las feminazis actuales todo es acoso

Pues yo me quedaría con la reportera


La chica del tranvía ahora se llama Manolo, es rubia y vive en un poblado de Senegal








Más...Y esto, pendejos, se llama acoso. No es romanticismo

"Me enamoró su forma de ser". ¡Si no intercambiaron palabra, cojudo! Lo que hay que oír. Si no quiso bajarse del tren contigo es que no pasa nada wevas

Katana Peich‏ Hace 1 año
La #ChicaDelTren tiene que estar tiñéndose el pelo huir del país. #StopAcoso

donde esta esas feministas que hablan de acoso y la carta falsa de respuesta

XXmomentoxXX viral? XXmomentoXX
hablando de la chica como si fuera un perro LOL

son lo peor son lo mas frontera y mas radicales que he visto en mi vida

Un momento...¿y si a la chica no le sale de su coño conocerlo? Digo yo...

A mi me huele que todo está manipulado

Solo los tontos se vuelven famosos.

Katana Peich‏ Hace 1 año
No, lo siento, sorry.





Todo parece estar al alcance, muy cerca. Una realidad que abarca distancias inconmensurables en un solo instante. Introducimos la mano en la pantalla LCD para ubicarnos en la realidad, las trayectorias se acortan, la previsibilidad de los medios de transporte han reducido las expectativas, pero han aumentado notoriamente el suspense. ¿Qué es lo que sucederá ahora? “No se pierda el siguiente capítulo a la misma hora”. Eso era antes cuando la realidad se comprometía con una diferencia más clara en su alteridad frente a la ilusión en la TV. La ilusión iba acompañada de una suerte de expectativa y una cierta dosis de riesgo por el propio desconocimiento. Desconcierto y ansiedad en el momento previo. Pero hoy no nos inmutamos. ¿Estamos dentro o fuera? ¿Cómo desea Ud. llevarse el producto? Movilización por simulación. Todo está inserto en ese margen de seguridad que implica las precauciones que la tecnología brinda en determinados espacios de movilización sujetos a riesgos, es cierto, pero bajo parámetros de seguridad por protocolos que nos brindan estabilidad y control. Si accedes a la vía o al aplicativo especializado se te indica cómo moverte de un punto a otro. Movilización de masas por protocolos.
Atrás quedó el desconcierto por el valor porque conoces el precio que hay que pagar, ya lo sabes bien, nada puede eludir su equivalencia a determinados criterios de producción, de costos e inversión, y lo virtual está también sujeto a ello, todo tiene un precio y tú pagas.

Porque estas dentro y a la vez fuera, tú pagas.

Estaciones de trenes o Metro. Ambiente atestado de gente que se moviliza en muchedumbres. Harrison Ford Exterior Noche. Caminando entre el tumulto por las calles, mirando como trabajadores cansados sorben fideos bajo lonas de plástico para protegerse de la lluvia. 7pm. Te llamas Alejandr@ e ingresas a un mini market en alguno de los grandes grifos de gasolina, en alguna avenida que desemboca en la carretera en cualquier ciudad, no importa cuál y encuentras a una pareja coreana con niños tomando sopas Ramen en cajas, te miran de manera indiferente, como si percibiesen a alguien de su ciudad y no pasara nada, un bulto, downtown, periferia, localidad, cantón, distrito y no a miles de kilómetros de distancia. Particularidades de entonación y jergas mutatis mutandis. Esa es la atmósfera de este relato.

Te encuentras siempre en el bus a un holandés que duerme  en un gran parque porque le robaron todo y sube a pedir limosna masticando palabras mezcladas con sollozos. En cada frenada sus anteojos desarticulados se desarman, y él recoge los trozos de cristales del suelo procurando que los pasajeros que suben no los pisen. Hace denodados esfuerzos para que el armazón permanezca en equilibrio, entre sus orejas y nariz, lo cual es casi imposible, y tiene que agacharse nuevamente ensamblando los vidrios temblorosamente, un puzzle transparente como un ecrán evanescente por donde se proyecta una extraña realidad  de caleidoscopio que cambia de posición a cada instante, mientras el tipo suplicante hace gárgaras con palabras y gemidos en tres o cuatro idiomas alternadamente.

Tomas asiento, resoplas con cansancio y si lo piensas un segundo todo esto es incomprensible.

Pasa por tu lado estirando la mano.

No, lo siento, sorry…

Un día aparece un afiche rudimentario en la estación de tren. Un trozo semi arrugado de cartulina escolar, pegado con cinta scotch transparente, cinta de embalaje, un bollo en cada ángulo, ingenuo casi infantil, bobo. Allí está escrito con plumones marcadores de pizarra acrílica de universidad o instituto técnico, lo siguiente:
Esa noche te vi, serían las 10 de la noche, chica triste sentada en un andén, luego subiste al tren con dos amigas. No podía apartar mis ojos de ti. Tendrías sobre unos 20 años, pelo oscuro y corto, mides 1,65 cm aproximadamente. Vestías una camiseta blanca, falda jean, la cual combinaba muy bien con tus leggins de color negro. Yo iba dentro, no me atreví a hablarte, a pesar de que tus amigas bajaron, y te quedaste sola. Me hubiese gustado alegrarte la noche, sacarte una sonrisa, si miras este aviso siempre te estaré esperando, sabes quién soy. Te estoy buscando
Te cagas de risa, pasas. Pero tu sorpresa es mayúscula cuando el anuncio se multiplica en diferentes espacios de la misma estación durante varios días. La curiosidad te detiene, luchas contra la corriente para quedarte mirándolo por unos buenos minutos. Lo palpas. “Se da el trabajo de intercambiar colores de las cartulinas, hechos siempre a mano sobre toscas superficies y plumones de colores”. La gente les presta atención, no se llega a saber porque, ya que todo transcurre sin prestar atención a nada. En tu recuento de imágenes sin importancia, esto tiene importancia. Tampoco importa saber porque, puesto que ya es mucho que algo tenga importancia.

Empiezan así los comentarios, las sonrisas al pasar por los anuncios, los cuchicheos, la intención de que algo diferente pasaba en esa estación donde todos los días toman el tren hacia el trabajo miles de personas, la gente comenta lo que le viene en gana, unos a favor de sus buenas intenciones, otros creen que es alguien que a las claras sabía bien lo que quería, los debates suceden discutiendo los móviles del chico y la vulnerabilidad de una chica sola en el tren. Ahora, todo ello es demasiado para manifestarse en un solo lugar, así que aquello se multiplica en otras estaciones.
Empieza así el secreto de su “éxito”.
Pero de pronto un día dejaron de aparecer estos simples cartones y se apaga el interés. ¿Habría conseguido su propósito? ¿Encontraría a la chica? Solo se ve  que en las paredes donde se habían colocado los avisos, unos grafiteros habían ido dejando unos rectángulos vacíos hechos con spray, donde frecuentemente eran visibles los afiches que luego habían sido arrancados. Uno de estos grafitis es una especie de globo de viñeta donde solo se ven unos puntos suspensivos y debajo señala una caricatura de la cara triste de un gato.
El tiempo transcurre, en realidad unas dos semanas para ser sinceros, y cuando parece todo se ha olvidado, te encuentras que aparece otro afiche que también se replica en otras estaciones. El tipeo es a doble reglón, sin cursiva con letra Arial de puntuación 36, allí lees:
“Yo soy “la chica triste del Metro”, sé bien que intentaste acercarte a mí. No dejabas de mirarme, y eso asusta. Solo quería llegar a casa a dormir después de la fiesta. Estaba agotada. Sin embargo, no hay descanso para las mujeres, ni siquiera en el transporte público. En ese momento llamé a mi casa a decir que estaba bien. Tenía miedo. Así que cuando te miraba, te desafiaba ¿Estás loco? Te ignoré. Te rechacé. ¿Qué esperabas?, Si de verdad quieres que me sienta alegre, deja de buscarme. Déjame. No insistas más”
Tú eres testigo de que aquello despierta un inusual e intempestivo revuelo. Probablemente, se especulaba: el chico habría intentado otras formas obsesivas de buscarla, por ello la respuesta reiteraba “No insistas más” Los comentarios que antes habían sido deslizados a media voz, casi entre dientes en cuanto a tomar partido por tal o cual, se tornaron voces airadas, expresiones de rechazo y hasta de referencias por situaciones ya vividas según experiencias personales o casos públicos de #Acoso que los medios difundían en sus campañas y que se mostraban en todos los noticieros de la tele.
En las redes sociales empieza a viralizarse, unos dicen que son patrañas y aparecen fotos de los supuestos implicados descubiertos juntos y más y más comentarios. De esto era evidente la tensión, la precaución, las suspicacias que se generaban sobre todo cuando las unidades de transporte iban hacinadas y el peligro acechaba, eran los momentos donde surgía el cotorreo más álgido sobre el chico y la chica del tren. Se generan comentarios pin pon que motivan respuestas “generosas” de ofrecimiento de casas o habitaciones que se brindaban para que pudiesen llegar a un acuerdo, de quienes daban por hecho haberlos visto discutir a medianoche en la nocturnidad mencionada por el chico en sus cartulinas, de quienes pedían le diesen la oportunidad de mostrar que no era un acosador.
Otras y otros repasaban alternativas del motivo preciso de la pelea, del tiempo que tardarían en reconciliarse, unos apostaban, otros decían conocerlos lo suficiente para comprenderlos al tiempo de exhibir una filosofía de pacotilla a partir de un ejemplo de desamor. Otros, en remembranzas de familiares cuya hija o hijo se habían suicidado juntos bebiendo raticidas, colgados en sus baños, cortándose las venas, o de otros más que terminando clases, se separaban para siempre, y él o ella que murieron en un atentado terrorista con bomba en los trenes de cualquier parte del mundo, y no faltó quien señalara que aquellos jóvenes nos mostraban que aún era posible exhibir un desacuerdo amoroso en una época donde madres prostituyen a sus hijas, mientras gurús del amor y la incomprensión adolescente creaban métodos de autoayuda que se convertían en éxitos de ventas en ferias de libros, en épocas de variopinta mercadotecnia amatoria.
Todo aquello ya te envuelve, de los tres o cuatro contactos tuyos en Facebook que difunden y mantienen ardorosas trifulcas, encendidas peleas servidas de diatribas a diestra y siniestra, rebatiendo, redistribuyendo sus alegatos acalorados, alevosos, “bien intencionados” puedes enterarte que aquella situación de los afiches había trascendido el plano de la monotonía de la jungla para ser parte de la comidilla.
Pero aquello sólo era la chispa del incendio que estaba por producirse.
Un nuevo caso de feminicidio ocurre en la city: Alguien degüella a su pareja, la descuartiza, rocía los trozos con gasolina y a medio quemar arroja los restos a un relleno sanitario, no encuentran rastros de identificación de la víctima en primera instancia, tampoco del asesino, probablemente se habría trasladado de un punto distante para deshacerse del cadáver, luego, los exámenes forenses brindaron precisa información: mujer de aproximadamente 18 a 20 años de un metro sesenta de estatura. Un familiar reconoce por un pequeño tatuaje en la cadera la identidad de la víctima, precisa datos de que se encontraba desaparecida desde hacía unos cinco días, señala que la chica tomaba siempre el Metro para ir a estudiar y visitar a sus amigas.
Ahora ves que se arma un verdadero despelote en las redes donde intervienen los autodenominados influencers: periodistas, educadores, psicólogos, religiosos, youtubers, médicos, policías y demás curiosos. Declaran furiosas y furiosos su intención de ir a la captura del depredador.
En los periódicos ves que alguien arrancó uno de los afiches de la estación de tren, que de manera similar al primero fueron colocados en diferentes puntos de las estaciones. Cual si fuese la cabeza cercenada de la bestia, lo enarbola, diciendo que con él se haría una pancarta de rechazo a la vulnerabilidad y condición de las mujeres, que la culpa era del patriarcado brutal,  de un machismo como sistema que no arriaría fácil sus banderas. En el caso ya establecido como el de la chica y el chico del tren eléctrico, no se detendrían hasta capturar al monstruo. Reconoces que necesitamos calma y deduces: Si los comentarios de quienes se detenían a leer la primera pancarta -que eran hombres en su mayoría- expresaban burlas y referencias a la sandez del asunto, dejaban en el fondo entrever una cierta simpatía en la “búsqueda” de la supuesta amada, pero luego del horrendo crimen y del desborde en una histeria colectiva, el lado masculino en las redes fue de mal en peor.
Entonces crees necesario participar también -y lo comentas en tu cuenta de Facebook- que hay algunos que siguen defendiendo al maldito después del crimen,  quienes aún pese a las pruebas del reciente feminicidio siguen en la chacota, que solo ven en lo sucedido, la oportunidad de que algo se atreve a romper el molde de su neurosis, de la aplastante rutina en el que la gran mayoría ha encerrado sus vidas. No te equivocas, las redes guardan opiniones que vieron en aquel amante del afiche, el más puro exponente del estilo platónico en la era de los fake news. El chico había sido el depositario de un espécimen en franco proceso de extinción, un dinosaurio furtivo, quizás con acné, con algún manga bajo el brazo que era muy probable tomase al joven y tímido Peter Parker como su referente ideal.
Entonces, desde algunos grupos de Facebook y Twitter la respuesta de acoso de la chica les había arruinado la fiesta, les había reventado la pompa del probable romance, y la odiaron, la juzgaron típica millenial con cerebro de ameba y la imaginaron con el dedo en la pantalla deslizante las 24 horas del día, anodina adolescente que de seguro habría peleado con el enamorado, pero a final de cuentas él no tenía el perfil de descuartizador; quizás ella era incapaz del perdón o que quizás, después de todo, nada había sido cierto en relación a la romántica búsqueda y que ambos o alguien había creado esta farsa; porque, debes decírtelo para aclarar el panorama de por donde se había dirigido la movilización de aquella feligresía enfervorizada, del cual tu eres ahora parte también furiosa: Nadie estaba seguro de nada. Pero todos –incluid@ tu- habían juzgado y tomado una decisión.
 Las redes estallaban.
En la estación del tren te detienes y miras el espacio donde estuvo colocado uno de los afiches, ves que un graffitero lo había enmarcado en un rectángulo de trazo azul, te quedas largo rato mirando este trozo de pared, mirando a la nada en realidad -supones que es eso-. Nada en relación al suceso, en serio, absolutamente nada de nada, cuando notas que a tu costado está parado un viejecillo esmirriado, algo calvo, vestido pobremente, y con un costalillo de bayeta inmundo donde parece llevar unos libros viejos, sonríe, está contento, aquello te incómoda. Se acerca y señalando dice ¿sabe lo que realmente había allí” ¿cómo dice? Respondes. Mire usted, déjeme contarle una historia, las tortugas de la zona donde nací saben bastante de astronomía. Espere, no se vaya, no estoy loco, déjeme contarle y luego usted sacará sus conclusiones. En mi pueblo creemos que para dar con una cabecera de río tenemos que tomar el camino contrario a lo que pensamos, solo así es posible llegar”.
No sabes porque pero te detienes a oírle. Sería absurdo esperar alguna certeza a todo lo ocurrido, pero le escuchas:
“Dicen que un día la lagartija propuso a la tortuga hacer una competición para ver quien llegaría primero al monte. La tortuga aceptó. Empezaron a correr, y la lagartija shiizzz! desapareció, mientras la tortuga todavía estaba orientándose. Horas después esta llegó finalmente al pie de la desolada roca y empezó recién a subir la cuesta, le costó muchísimo. Tanto le costó que días después se cayó rodando hacia abajo. De espaldas se quedó y no lograba voltearse como para seguir caminando o subiendo. Era difícil, al comienzo sufría, pero después de cierto tiempo se acostumbró a esa nueva posición en la vida. Y simplemente se quedó en el sitio, mirando nubes de día y de noche, también las estrellas. Después de meses se dio cuenta de que tenía plantitas en su barriga, las que empezaron a brotar, era su alimento pues, como si le hubiera caído del cielo”.
Te percatas y extrañamente no hay nadie en la estación. Nadie sube ni baja.
“Muchos años después pasó un sheripiari que es como un maestro rezador, pasó por ese sitio buscando algo, y justo ahí, donde la tortuga afloraba, le dio ganas de hacer la pila. Mojó feo a la tortuga, y esta se molestó bastante”.
 El pobre sheripiari, que nunca antes había orinado a una tortuga y menos a una en tal estado físico y de ánimo, se asustó y quiso ayudarla, voltearla. Pero ahora la tortuga se dio cuenta de que iba a cambiar su vida otra vez, profundamente pensó ¿cómo caminar con tantos vegetales en la barriga? ¿Dejar de mirar las estrellas? Imposible pues. Le dijo al sheripiari Déjame nomás. Estoy muy bien así. Me gustan las estrellas. Tengo alimento sin tener que ir a buscarlo. Estoy perfectamente bien. Por eso, dicen, cuando las tortugas hablan entre ellas, casi siempre hablan de las estrellas, llamándolas incluso por sus antiguos nombres. Sólo los sheripiaris pueden comprenderlo cuando toman ayahuasca. Parece que aquella vez la tortuga hablo casi toda la noche con el sheripiari sobre las estrellas y sus movimientos, sus caídas, sus desapariciones y todo lo demás”.
“Así dicen”, dijo el viejecillo rematando su relato “dicen que es así”.
El lugar había quedado inusualmente vacío, no había una sola alma, el silencio te sobrecoge, vuelves la mirada al espacio enmarcado por el graffiti.
Te pide unas monedas, dice que no ha comido nada en todo el día, pero tú acabas de perder tu día trabajo por quedarte a escucharlo.
No, lo siento, sorry…
Entonces sonriendo el viejito hace una graciosa reverencia y se va.


Lima, entre marzo y mayo de 2019.


La narración Ashaninka sobre el sheripiari y la tortuga fue prestado de la novela “La rojez de anoche desde la cabaña” del escritor alemán Thomas Th. Büttner. Editorial Colmillo Blanco. 1989.


ISBN: 978-612-47332-0-8 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2019-16317  © Todos los derechos reservados.


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